El compromiso ético que los profesionales de la salud deben establecer con sus pacientes, a fin de examinar con cuidado las vivas conexiones que nacen del discernimiento reflexivo y el accionar clínico, es fundamental y por cierto coherente, en la búsqueda de una contemplación más profunda de la práctica clínica en el paciente más vulnerable, enriquecida como una acción valiosa por sí misma, independientemente de su desenlace técnico sobre la persona en cuestión. Hablamos de un ser humano rebosante de una dignidad sin condicionantes, capaz de tener y gobernar su naturaleza. El concepto de dignidad se eleva en trascendencia al momento de confrontar los dilemas éticos del quehacer clínico, sobre todo cuando el paciente es una persona mayor vulnerable.

No obstante, podemos contemplar diariamente cómo esta dignidad, tan propia de la persona humana, puede situarse bajo una aparente amenaza frente a los efectos de la demencia, pese a que ningún individuo abandona su condición de persona sólo porque su naturaleza corporal sea privada de un estado de normalidad en términos de salud, tal como ocurre en el caso de las patologías neuro-cognitivas, donde histológicamente es posible encontrar daño en el tejido cerebral. La reflexión sobre cómo definimos lo que significa el término persona, es actualmente una controversia a nivel mundial cuya discusión ha generado un acalorado debate en parlamentos, academias y diferentes escenarios sobre cómo debemos entender este concepto y si existen condicionantes para ser definidos como tal, en virtud de nuestras características físicas y cognitivas.

Una mujer toma la mano de su esposo quien tiene demencia por Alzheimer. Él ya no recuerda quién es ella. Ella sí.

La reflexión sobre los cuestionamientos que atraviesan el campo biológico y filosófico de la existencia humana, en la búsqueda de una definición de lo que verdaderamente somos, ha sido revisada por múltiples autores a lo largo de la historia. Uno de ellos, el filósofo griego Aristóteles, se preguntó si el origen, desarrollo y fin de la vida eran explicables sólo desde la dimensión biológica, para lo cual distinguió la pregunta sobre lo que define la vida y las propiedades que permiten la vida.

Para ello, formuló la composición ontológica del individuo natural, en substancias y accidentes. En base a este planteamiento, determinó que las substancia corresponde a lo inalterable del ser, es decir lo que permanece inmodificado y le otorga al sujeto su especificidad e individualidad. Por su parte, definió a los accidentes como aquellos eventos que podían ser modificados en un individuo, pero que en definitiva no podían alterar su naturaleza sustancial. En pocas palabras, para el filósofo griego si un sujeto perdía su brazo izquierdo, seguía siendo el mismo sujeto.

Esta breve observación filosófica, y que ha sido la piedra angular de interminables discusiones a lo largo de la historia, ha trascendido como una base conceptual que sigue vigente hasta nuestros días sobre lo que podemos entender, es la persona humana. En las enfermedades degenerativas como las demencias, no cabe duda que el daño ocurrido en el tejido cerebral condicionara síntomas y signos de toda clase en una persona que la padece, pero sin embargo, ¿no sigue siendo ésta la misma persona, ontológicamente hablando? Debido a que el deterioro del tejido cerebral tiene un impacto directo sobre nuestra conducta y expresión corporal, es que advertimos con claridad su manifestación, pero sin embargo nuestra ontología permanece intacta, y por ende, nuestra dignidad también.

Una persona mayor con demencia debiese gozar de una mayor protección, consideración y respeto de parte de la comunidad, debido a su gran dependencia y vulnerabilidad.

De manera casi intuitiva, podemos advertir que una persona mayor con demencia debiese gozar de una mayor protección, consideración y respeto de parte de la comunidad, debido a su gran dependencia y vulnerabilidad, y es por ello que la noción de justicia aflora de manera natural en este escenario, pues la protección del más vulnerable es un terreno fértil para su accionar. Por ello es preciso considerar los desafíos que la demencia exige para con los profesionales de la salud terapéutica: desafíos no sólo clínicos, sino además socio-culturales, que demandan una mayor sensibilidad para con las necesidades del sufriente, desde su propia mirada, y para entonces desde aquí trabajar en el continuo rediseño de los paradigmas aplicados en clínica.